lunes, 27 de junio de 2011

River, una despedida de primera.

Esta entrada contiene la respuesta de un amigo argentino que, con pesimismo, despide a su equipo de la primera división.   

  "¿Sabés cómo es cuando la vida se para, te mira por encima del hombro y, sin ninguna clase de titubeo ni odio,  te escupe? ¿Sabés lo que es comerte una llanura de mierda con la lengua, y ni siquiera poder echarle un poco de sal y pimienta? ¿Sabés qué es sufrir una violación elefantiásica? Entonces no vengás a consolarme, no vengás a decirme que no me preocupe, que en menos de un año salen de esta y seguro vuelven a ser los campeones, ché. Andate a la reputa mierda si vas a parlar de esa manera, flaco. ¡Y te atrevés a preguntarme por qué! Pues yo me atrevo a contestarte, pelotudo: Porque vos no sabés lo que es descender. No entendés el vacío que queda. Vos no lo viste al arquero de tu equipo llorando porque va a dejar solos, en el ducto de aguas negras que es la B, a todo el plantel, a la hinchada... Así que basta. 

  Dejá de ser condesendiente y disfutá de mi derrota, de todos los conciertos que se harán en la cancha más grande que jamás se haya visto.Reíte de todos los circos, los payasos...Andá a ver los próximos éxitos de la temporada teatral, los mejores stand up: entre los que seguro verás la mierda de partidos que jugará el equipo mejor patrocinado de la B. ¡Y ni si te ocurra decirme que por lo menos somos lo mejor en algo!

  Además, lo peor de todo, no es que hayamos descendido: es la forma como lo hemos logrado. Sí, logrado, pedazo de la concha del mono. Les hemos dado la satisfacción a todos los bosteros hijos de mil putas para declararnos unos millonarios que se comportan como los grasas. Porque, aunque a un millonario lo que más le puede doler en la reputa vida, es que lo rebajen de categoría, no debimos permitirle a Passarella desfilar por la presidencia del club. Definitivamente los futbolistas son para jugar en un equipo y los ex-futbolistas... Yo que sé. Para disfrutar de sus ganancias, de su guita. Pero no podés dejarlos laburar en la administración de un equipo porque eso, eso es un delito.

  Por Passsarella pasaron por encima todos, menos los hinchas y los socios de este club que tanto amamos. Los que, además de guita le entregamos el cuore, la pasión, las canciones, los que les decimos a los jugadores: "Sos un ídolo" o "Sos una garcha". Esos sentimientos fueron los que pusieron a toda la muchachada a destruir la ciudad. ¡Cómo si fuera culpa del casco urbano y del de los policías! ¡Cuando en verdad es culpa del puto licensiado del Club! Ese que se comportó como todo un borracho despechado del tablón cuando fue a la AFA, argumentando que la promoción juega con los sentimientos de los hinchas. ¿Cómo si Pavone, Matías, J.J. etc. etc. jamás lo hubieran hecho? 

  A veces pienso que este amor es mucho más romántico que el que se puede llegar a tener por la pareja ¿viste? Vos vas a todos los eventos que el equipo organiza, escuchás todas las noticias, loco, en serio que no te perdés ni una. Te lo digo de otra manera: Pensé que mi mujer, la más fiel del mundo, me engañaba antes de que River descendiera. Porque a mi mujer no la escucho muchas veces, ché, no la veo muchas veces, incluso, le he pegado muchas veces. Pero ella sigue ahí, esperándome con la fugazzetta después de los partidos.

 Creo que la moraleja es que hay que ser mejor esposo que hincha o pegarle al balón y no a las mujeres. Pero, la verdad, eso no me importa. Pues aunque estoy totalmente consciente de que lo único que logramos en los últimos años fue convertir a Belgrano en un equipo de primera, seguiré yendo a la cancha, a alentar como nunca y a volver a llorar cuando, por la ilustre campaña de Passarella como presidente, la cadena nos ofrezca un show que se llame "River: Una Pasión de Segunda" para documentar nuestra  permanencia en la B."


Por: Sampérnico.

Cuento:La Puerta nueve del Puerto


  Mi primo Rómulo se paseaba por la calle de Los Guayabales, esa que nunca tenía nada abierto de noche, mordiendo la peinilla que no soltaba porque su madre siempre le decía cuando era apenas un chiquillo: -¡Nunca un hombre decente debe andar despelucado! ¿Oíste, negrito lindo?-. Caminaba pensando en la conversación que acababa de tener con el concejal Carvajal; un tipo al que el pariente siempre le hacía trabajos de los que ninguno de los familiares teníamos la menor idea de cómo se hacían. Solo sabíamos que la relación con el concejal había comenzado porque su madre lo obligaba a ir a visitarlo los fines de semana en la casa de la playa que tenía el político para que le enseñara a leer y a escribir. Él iba pensando en el nuevo trabajo que le pedía el político que hiciera. Su nariz chata se levantaba cuando fruncía el ceño, pues parecía desagradarle, molestarle lo que había dicho el funcionario. “Él va a llegar de primero, osea que casi que te va a estar esperando mijo.” Como si no tuviera muchas ganas de cumplir con la tarea que le mandaba esta vez, mi primo Rómulo llegó a su casa y, luego de caminar unas cuadras, le dijo a mi tía Azucena que se había conseguido otro camellito, se metió a su pieza, se pasó su peinilla varias veces frente al espejo, se quitó la camisa y se fue a dormir pensando en la propuesta. Dudando si la ejecución de la tarea valía la pena.
  
  Al día siguiente, mi amigo Pedro amanecía con una resaca digna de una noche con el Winston Churchill del pueblo: Don Ibrahím Suárez, un líder sindical que solo se reunía con jóvenes en el café-bar que tenía su ex esposa para hacer proselitismo y otras pecaminosas barbaridades. Le decían como el primer ministro británico, no porque concordaran en ideologías y pensamientos, sino por culpa de su eterna incapacidad para reunirse a hablar de política con la gente sin tener como intermediarios, una botella de güisqui y dos cenicientas de esas de alquilar.

  La noche anterior se habían reunido para cuadrar toda la logística de la protesta por el mal manejo de los recursos en el puerto. Iba a ser una manifestación pacífica, en principio, “Pero si los chupas aparecían por ahí”, decía Don Ibrahím con su flemática y profunda voz, “Habría que empezar a devolverles con lo mismo que ellos les dieran.” Creo que Pedro ni se acordaba de todo lo demás que había dicho el anarco-mofletudo de Suárez. Solo sabía que debía estar en la puerta nueve del puerto a las siete de la mañana, que eran las seis y diez,  que si su hermanita no se salía ya del baño, la iba a asesinar por no entender su compromiso con las pocas causas justas que había en el pueblo, y que, si vomitaba una vez más, su hígado sería lo último que vería en su vida.

  Cuando logró salir de su casa, mi amigo Pedro no podía soportar el calor común del Pacífico. Nunca se había tomado unos escoceses, nunca había participado en una protesta. Sin embargo, sabía que en su noche de bodas con el sindicalismo le iba a ir bien. Era una organización seria, y además Don Ibrahím lo había apadrinado desde que le había crecido el vello facial, único requisito para que un joven entrara al movimiento, pues debían hacer propaganda a pesar de la falta de presupuesto. Ya no era un adolescente revoltoso más del montón, ahora era todo un anarco-sindicalista, con mostacho, barbas y corazón hambrientos de lucha.

  Llegó al puerto sintiendo unas pulsiones terribles en su frente que parecían intentar repeler cada gota de sudor que bajaba por ella, acumulándose en las ñatas, y que en cada aspiración hacían el intento de meterse en sus fosas nasales. ¡Eras un culicagado Pedrito! Con barba ¡Pero finalmente, un Culigado! Nunca, nunca, nunca te debiste poner a tomar escoceses tan finos sin haber probado antes,siquiera, una Policarpa Salabarrieta que te quitara la sed tan verraca que debías estar sintiendo. Y nunca, nunca, nunca debiste ser el primero en llegar a la puerta número nueve del puerto de la ciudad.

  Mi primo Rómulo se levantó más tranquilo que cuando se había dormido. Sin embargo, los nervios lo tenían con pava y no sabía cómo manifestarla. Cuando sintió su peinilla pasar por su cuero cabelludo, se encontró con una expresión parca, como insensible; la que le dio la pauta para decidirse a hacer el trabajo que le había encargado el concejal Carvajal. Salió a las seis y media de la casa, agarró el primer mototaxi que vio y se fue volado para la puerta nueve del puerto.

  Sintió el viento en su cara, que se tornaba más y más inexpresiva con todo y que la brisa que estaba haciendo ese día era de las mejores que se habían sentido por Infierno Grande, mientras pasaba por la calle de Ciénagas Muertas, que desembocaba en la puerta nueve del puerto de la ciudad; lugar donde mi primo Rómulo tenía que ir a trabajar como se lo había encomendado el político local al que le debía todo: su educación, su visión política, la creación de su personalidad austera, severa y reservada, e incluso sus primeras zambullidas en púberos y vanos amores. Todo, absolutamente todo lo que había pasado en la vida del pariente, había sido pagado por el concejal Carvajal.

  Se bajó del mototaxi y lo primero que hizo fue mirar hacia la puerta; era la número nueve del puerto y, en frente de ella, estaba sentado Pedrito. El pelado saltimbanqui que suponía haberse organizado con otro poco de corronchos desubicados, que se veían venir como a 500 metros por el norte de la avenida de Ciénagas Muertas. Rómulo se pasó la peinilla, recordando la frase de Carvajal: “Él va a llegar de primero, osea que casi que te va a estar esperando mijo”. Se guardó la peinilla en el bolsillo derecho y, del bolsillo izquierdo, sacó la antiquísima navaja de afeitar con la que hacía todos sus trabajos . Se acercó a la puerta nueve del puerto con paso firme y la herramienta en la mano siniestra, que cargaba unos dedos maltratados por pellejos que, a su vez, cargaban unas uñas mal limadas y jamás cortadas. Y ya cuando Pedrito se volteaba para darle la cara a lo que sería su muerte como miembro del Movimiento Sindicalista de Infierno Grande, Rómulo, agarrando al anarco-primíparo por el cuello de la camiseta y pasándole el metal tibio por la mejilla, le susurró macabramente al oído:


  - En este pueblo no podemos hacer nada para que no protestes. Pero tú, Pedro Carvajal, mi medio hermano, tendrás que entender que mi madre, yo y el concejal Carvajal estamos de acuerdo en que lo que vayas a hacer, lo debes hacer decentemente y no con esa pelambrera desordenada en los cachetes.- Mientras Pedrito se quejaba avergonzado por la maldad de su hermano, él le pasó la cuchilla por el cuello y lo oyó reírse y decir como si pensara en voz alta:-No pensé que, en verdad me fueras a estar esperando”.- Y comenzó a afeitarlo.